El 27 de agosto de 1885 Daniel Alcides Carrión García, un joven estudiante de medicina de 28 años, inicia un auto experimento para demostrar, según la mayoría de historiadores, la unicidad de la Fiebre de la Oroya con la Verruga Peruana, acción que finalmente le llevo a su deceso. Su muerte no fue un suceso ordinario, sino el epílogo deliberado de un acto de una profunda y tremenda complejidad. Carrión no era una víctima pasiva de una enfermedad, sino el autor y sujeto de un experimento sin parangón en la historia de la medicina peruana. Para comprender la verdadera magnitud de su gesto, es esencial situarlo no solo en el marco científico de la época, sino en el convulso contexto histórico del Perú postbélico, donde la ciencia se erigía como un instrumento fundamental para la reconstrucción nacional.
El Contexto Histórico: Un Perú Herido
y la Búsqueda de Identidad Científica
El experimento de Carrión se
desarrolla en la década de 1880, inmediatamente después de la catastrófica
Guerra del Pacífico (1879-1884). El Perú emergía derrotado, humillado, con su
economía devastada y su territorio ocupado por Chile. En este clima de
desolación nacional, surgió un movimiento intelectual y patriótico que buscaba
cimentar la reconstrucción no solo material, sino también moral y cultural. La
ciencia, y en particular la medicina, se convirtieron en campos de batalla
simbólicos donde se podía ganar el prestigio que la guerra había arrebatado.
La medicina peruana vivía su era
hipocrática: se describían enfermedades con gran detalle clínico, pero su
etiología (la causa) era un misterio. La "Verruga peruana" y la
"Fiebre de La Oroya" eran dos entidades endémicas de los valles
interandinos que se presumían diferentes. La primera, caracterizada por
eruptivas nodulares sangrantes, se consideraba generalmente benigna. La
segunda, una fiebre hemolítica fulminante con una mortalidad atroz, era temida
por quienes construían los ferrocarriles hacia la sierra. La principal
interrogante médica era: ¿eran estas dos fases de una misma enfermedad o dos padecimientos
distintos? Resolver este enigma no era solo una cuestión académica; tenía
implicaciones prácticas enormes para el desarrollo económico del país, que
dependía de poder proteger a su fuerza laboral.
El Experimento: Razón, Fe y el Método
de la Inoculación
En este escenario, Daniel Alcides
Carrión, un brillante y metódico estudiante de último año de medicina en la
Facultad de San Fernando, concibió su experimento. Influenciado por los
postulados de Koch y Pasteur, que estaban revolucionando Europa con la teoría
germinal de las enfermedades, Carrión intuyó la unidad etiológica de ambos
síndromes. Sin embargo, la tecnología de la época (aún no se disponía de
microscopios de alta resolución ni de técnicas de tinción adecuadas en Perú)
hacía imposible identificar el agente causal directamente.
Ante este límite tecnológico, Carrión
recurrió al método más antiguo y a la vez más radical: la autoexperimentación.
El 27 de agosto de 1885, en presencia de sus colegas y amigos, Carrión se
inoculó en el brazo con material extraído de una verruga de una paciente
llamada Carmen Paredes. Su objetivo era demostrar, a través de la secuencia
clínica en su propio cuerpo, que la verruga era la fase inicial y la fiebre, la
fase final de una sola enfermedad.
El acto, aunque extremo, no era del
todo ajeno a la tradición médica (recordemos a Jenner o a Finlay). Pero su
grandeza y su tragedia radican en su precisión metódica. Carrión no era un
temerario; era un científico. Llevó un diario clínico detalladísimo de su propia
enfermedad, anotando síntomas, signos y su evolución día a día, transformando
su cuerpo en el laboratorio definitivo. Tras un período de incubación,
desarrolló primero la verruga en el sitio de la inoculación, confirmando la
primera parte de su hipótesis. Luego, inexorablemente, cayó en la fase febril y
hemolítica. Ya en su lecho mortal, con una lucidez sobrecogedora, dictó sus
observaciones finales, dejando la evidencia empírica de la unidad de la
enfermedad: "Hasta hoy había creído que me encontraba tan solo en la
invasión de la verruga... pero ahora me doy cuenta de que me encuentro en
estado avanzado de la fiebre de que murió nuestro compañero Orihuela".
Complejidades y Paradojas del
Contexto
La acción de
Carrión debe leerse a través de varias capas de complejidad:
La Ciencia como
Patriotismo: Su sacrificio fue interpretado inmediatamente como un acto heroico
por la patria. En un Perú que necesitaba héroes civiles tras la pérdida de sus
héroes militares, Carrión ofreció su vida no con un arma, sino con un escalpelo
y un cuaderno de notas. Su gesto simbolizaba la dedicación absoluta al progreso
nacional a través del conocimiento.
El Dilema Ético: Hoy,
el experimento de Carrión sería inadmisible bajo cualquier código de bioética
contemporáneo (Nuremberg, Helsinki). Sin embargo, juzgarlo con lentes actuales
sería un anacronismo. En el siglo XIX, la autoexperimentación era, si no común,
sí una vía válida y a menudo glorificada de investigación. Carrión operó bajo
el ethos científico de su tiempo, donde el avance del conocimiento podía
demandar el riesgo extremo del investigador, nunca el de un sujeto inconsciente.
La Reivindicación
de lo "Peruano": La enfermedad era conocida como
"Verruga peruana". Resolver su misterio era un desafío que la
comunidad médica internacional no había podido superar. Al hacerlo, Carrión y
la medicina peruana se colocaron en el mapa científico global, demostrando que
en un país devastado podía surgir un conocimiento de primer orden sobre una
patología autóctona.
Legado: La
Fundación de un Símbolo
Daniel Alcides
Carrión murió probando su hipótesis. Su muerte fue la prueba definitiva de la
unidad de la enfermedad, que hoy lleva su nombre en su honor: Enfermedad
de Carrión, causada por la bacteria Bartonella bacilliformis.
Su sacrificio personal catapultó la investigación sobre la enfermedad y
consolidó un modelo de vocación médica en el Perú.
Más allá del
diagnóstico y el tratamiento, el experimento de Carrión trascendió la ciencia
para convertirse en un pilar de la identidad médica peruana. Representa la
encarnación de los valores de dedicación, observación meticulosa y amor por el
conocimiento. Su historia, situada en la encrucijada de una nación herida y una
ciencia en transición, nos recuerda que el progreso médico a menudo avanza por
caminos complejos, tejidos con hilos de razón, de fe en una idea y, a veces, de
un profundo y consciente sacrificio personal.
Referencias Bibliográficas
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