El día 27 de agosto de 1885, el estudiante de medicina peruano Daniel Alcides Carrión García llevó a cabo un procedimiento de autoinoculación con el propósito de demostrar de manera fehaciente la relación etiológica entre dos entidades clínicas que se consideraban independientes: la Fiebre de La Oroya, un síndrome febril de alta letalidad, y la Verruga Peruana, una afección cutánea de carácter eruptivo considerada benigna.
El procedimiento se realizó bajo condiciones de observación controlada. Carrión se inoculó en el brazo izquierdo material extraído directamente de una lesión verrugosa de una paciente infectada (Carmen Paredes), quien se encontraba internada en el Hospital Dos de Mayo de Lima. El fundamento de su acción residía en la hipótesis, basada en observaciones epidemiológicas y clínicas previas, de que ambos cuadros eran manifestaciones diferentes de una misma enfermedad.
El objetivo científico primordial era comprobar esta unidad patogénica a través de la inducción experimental de la fase verrugosa, seguida de la esperada y temida fase febril hemolítica, en su propio organismo. Este acto representaba la aplicación de un método de investigación extremo, pero coherente con los postulados científicos de la época, que carecía de las herramientas de laboratorio necesarias para aislar e identificar el agente causal.
Los resultados del experimento se manifestaron tras un período de incubación. Carrión desarrolló primero lesiones verrugosas en el sitio de la inoculación, confirmando así la primera parte de su hipótesis. Posteriormente, la enfermedad progresó hacia la fase aguda y severa, conocida como Fiebre de La Oroya, la cual le provocó la muerte el 5 de octubre de 1885. Durante todo el curso de la enfermedad, Carrión documentó meticulosamente sus síntomas y signos, proporcionando una descripción clínica detallada que serviría como evidencia fundamental para la medicina.
En conclusión, el autoexperimento de Daniel Alcides Carrión constituyó un sacrificio consciente que demostró de manera definitiva la unidad de la enfermedad, hoy conocida como Enfermedad de Carrión o Bartonelosis. Su acción, aunque éticamente cuestionable bajo parámetros contemporáneos, fue un hito monumental que resolvió un enigma médico crucial para la salud pública del Perú y consolidó su legado como un mártir de la ciencia nacional.
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